El nuevo protagonismo de las enfermedades crónicas en los ODS
La
agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible reconoce la
importancia de luchar contra dolencias no infecciosas para luchar contra
la pobreza y favorecer el desarrollo
¿Por qué las enfermedades no infecciosas o crónicas (en inglés, non communicable diseases) han pasado de ser indiferentes en los Objetivos del Milenio (ODM) a un protagonismo principal en los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que deberán guiar la acción internacional hasta 2030?
La
respuesta a esta pregunta no puede ser contestada con un único
argumento, sino que responde a múltiples explicaciones que pueden ser
valoradas de forma diferente según la subjetividad de cada analista. La
afirmación implícita en la pregunta, puede no ser compartida por igual
por todos los lectores, pero pretende provocar intelectualmente para
favorecer diferentes opiniones que en su conjunto puedan aportar más luz
a la pregunta propuesta.
Entendemos
por enfermedades crónicas las dolencias cardiovasculares, accidentes
vasculares cerebrales e hipertensión arterial; así como el sobrepeso,
obesidad y diabetes, el cáncer y enfermedades crónicas pulmonares. Todas
ellas estaban implícitamente incluidas en el ODM 6 como
"otras enfermedades". La misma redacción otorgaba a las enfermedades
crónicas un protagonismo muy poco relevante respecto a los otros
objetivos de salud como la lucha contra la malaria, tuberculosis y el
sida. Esta indiferencia podía ser una de las explicaciones de la
asimetría en la asignación de recursos económicos que se dedicaron a
combatir las enfermedades crónicas respecto a las otras mencionadas.
A modo de ejemplo, en una publicación en The Lancet del
2014, se afirmaba que por cada dólar invertido en mejorar la calidad de
vida de las personas con discapacidad, se invertían 770 dólares en VIH,
180 en malaria o seis en salud maternal y recién nacidos.
Esta discriminación entrañaba una contradicción con los análisis realizados por la propia Organización Mundial de la Salud (OMS). En
el 2008, el organismo publicaba que las enfermedades no infecciosas
eran la principal causa porcentual de muerte en el mundo respecto al
conjunto de las demás (infecciosas, maternal, perinatal y condiciones
nutricionales). Asimismo, acontecían en mayor proporción en personas
jóvenes (menores de 60 años) en los países de media y baja renta.
Esta paradoja ha sido posteriormente confirmada con creces. Basta atender a los datos: las enfermedades no infecciosas causan
más muertes que todas las demás combinadas. Se calcula que las
defunciones aumentarán de los 38 millones en 2012 (el 68% del total de
muertes al año) a 52 millones para 2030. Y la carga de enfermedad de las
dolencias crónicas aumentará en los próximos 10 años un promedio del 17
% en el mundo. El continente más afectado será África con un aumento
del 27%. Es importante destacar que de los 38 millones de muertes en
2012, más del 40% (16 millones) fueron prematuras (personas menores de
70 años) y en su mayoría (82%) se produjeron en países de renta media-baja.
El
crecimiento económico ha venido acompañado de una rápida urbanización,
un descenso de la actividad física, un aumento de hábitos alimentarios
no saludables y mayor consumo de alcohol y tabaco
Esta
constatación de los resultados fue la que justificó la celebración de
la segunda reunión de la Asamblea General de Naciones Unidas dedicada a
un tema monográfico de salud, y la posterior declaración en 2011 sobre
la prevención y control de las enfermedades no infecciosas.
Como
expone la pregunta inicial del artículo, las dolencias crónicas han
pasado a tener un protagonismo principal en los nuevos ODS relacionados
con la salud global. En una primera lectura, puede llamar la atención
que solo el objetivo 3 esté dedicado a salud. Pero en su desarrollo, ha
incorporado nueve metas principales y cuatro secundarias que incluyen la
continuidad de los retos que se fijaban en los ODM, pero que incorporan
además los accidentes de tráfico, las enfermedades mentales y, de forma
muy importante, la universalización de la salud. De estas 13 metas de
salud quisiera destacar la que llama a reducir a un tercio la mortalidad
prematura por las enfermedades crónicas mediante la prevención y el
tratamiento, así como promover la salud mental y el bienestar.
Así,
las diferencias más significativas entre los ODM y los ODS respecto a
la salud se resumen en tres. Los primeros fueron redactados por un
comité de expertos nombrados por Naciones Unidas a diferencia de los
ODS, que son el resultado de un extenso y largo proceso consultivo que
ha involucrado a muchos grupos de trabajo abiertos, organizaciones de la
sociedad civil, consultas por temas y países, participación popular,
reuniones presenciales, encuestas... Los ODS se asientan sobre las cinco P (personas, planeta, prosperidad, paz y partenariados).
En
segundo lugar, los ODM tenían ocho objetivos, 21 metas y 61
indicadores. Los nuevos ODS tienen 17 objetivos con 169 metas y más de
200 indicadores. Los primeros estaban centrados en los países en
desarrollo, mientras sus sucesores son universales, pues todos los
países están llamados a cumplirlos. Los ODS incluyen una visión de
asociación con el sector privado y, muy importante, los ODM no estaban
específicamente dirigidos a los principales asesinos de la salud
En
mi opinión, la planificación de los ODM quedó sobrepasada por la
realidad de los acontecimientos A ello habría que sumar que la capacidad
de respuesta de los países ha sido muy rudimentaria, con resultados (si
es que los hay) tardíos o muy lentos ante los nuevos retos que se van
presentando.
Así,
se hace necesario exponer —aunque sea de una manera muy breve— cuáles
son esos cambios que están sucediendo y que no fueron incorporados en la
propia planificación de los ODM. Uno es la transición demográfica: en
el transcurso del siglo XX hemos doblado la esperanza de vida y
cuadriplicado la población mundial pasando de 2.500 millones en 1950 a
proyectarse que en 2050 habrá 9.500. El porcentaje de personas mayores
(más de 60) respecto a la población mundial era de un 7,5% en 1950 y se
calcula que se incrementará hasta el 22 % en 2050. Al inicio de la
revolución industrial, la esperanza de vida en el mundo era de 35 años,
de 46 años en la década de los 50, para incrementarse hasta los 70 en
los 70. Es decir, se había doblado desde la revolución industrial. Esta
tendencia se da en todos los países del mundo, pero con una diferencia
de 20 años (menos) entre los países de media-baja respecto a los ricos
Cabe
destacar también la transición epidemiológica. El crecimiento económico
ha venido acompañado de una rápida urbanización, un descenso de la
actividad física individual, un aumento de los hábitos alimentarios no
saludables, un mayor consumo de alcohol y tabaco... Todo ello está
provocando que las principales causas de mortalidad se hayan desplazado
de las infecciosas a las crónicas.
Aunque
esta transición ha sido completada en muchos países, pero hay que
destacar que en los de renta media y baja sufren una doble carga: sin
haber finalizado la lucha contra las enfermedades infecciosas, la
desnutrición o la mortalidad infantil y maternal, se les pide que
combatan, como marca la agenda internacional, las crónicas.
Las
enfermedades no infecciosas son reconocidas por los Gobiernos como uno
de los mayores retos que tienen los países de media y baja renta para su
desarrollo. La pobreza potencia los factores de riesgo y, en un círculo
vicioso, padecerlas favorece la pobreza crónica.
Hay
que romper este círculo asignando a la prevención y tratamiento de
estas dolencias los recursos humanos y económicos necesarios para poder
dar respuesta a una realidad cambiante. cambiantes de la nueva realidad.
Xavier de las Cuevas es el responsable de cooperación del Colegio de Médicos de Barcelona.